http://dicc.hegoa.efaber.net
DemografíaKarlos Pérez de Armiño y Norma VázquezDisciplina que estudia tanto la estructura como la dinámica de la población, en relación con los medios de subsistencia, los recursos medioambientales y el desarrollo. El estudio de la población requiere dos tipos de análisis. En primer lugar, el de la estructura demográfica, que consiste en una fotografía de las características de una población en un momento dado, y que estudia variables como: el tamaño de la población, su distribución espacial y su composición rural o urbana; su composición por edades y género; la actividad económica por sectores, género y edad; la composición por clases sociales, etc. En segundo lugar, el análisis de la dinámica demográfica, esto es, de los movimientos de la población, a través de variables como la natalidad, la mortalidad y las migraciones. Todos estos factores están estrechamente interrelacionados entre sí. A su vez, presentan diversas relaciones causa-efecto con los procesos de desarrollo social y económico, relaciones sobre las que diferentes autores y enfoques teóricos han proporcionado explicaciones divergentes. Tanto el crecimiento como la estructura de la población mundial en nuestos días es el resultado de varios procesos demográficos habidos, sobre todo, desde el siglo XIX. Éstos han intentado ser explicados por la influyente teoría de la transición demográfica, un modelo que describe el paso a lo largo del tiempo desde unas tasas altas a otras bajas primero de la mortalidad y después de la fertilidad, y que fue diseñado a partir del estudio del proceso seguido por los países desarrollados. La teoría plantea la existencia de cuatro períodos demográficos sucesivos, con las siguientes características: 1º) existen unas altas tasas de natalidad y también de mortalidad (debido a las enfermedades, el hambre o la guerra), de modo que el crecimiento vegetativo es bajo; 2º) la población comienza a crecer debido al mantenimiento de las tasas de natalidad y al descenso de las tasas de mortalidad, gracias a las mejoras en la alimentación, sanidad y medicina; 3º) el crecimiento comienza a disminuir, pues mientras que la mortalidad permanece baja, las tasas de natalidad disminuyen como consecuencia de los procesos de urbanización e industrialización; y 4º) el crecimiento poblacional es muy lento, debido a la estabilización a un nivel bajo tanto de la natalidad como de la mortalidad. Este modelo ha recibido diversas críticas, entre las que destacan las siguientes: a) Se basa en la progresión demográfica seguida en los países hoy desarrollados, pero no significa que todos los países del tercer mundo vayan a seguir estas etapas, pues existen muchas diferencias entre unos casos y otros. b) La evolución de las variables demográficas se analiza en función de una única causa, el desarrollo económico, con lo que se olvidan los factores y peculiaridades culturales que también pueden incidir en ellas. c) No tiene en cuenta que el desarrollo económico en muchos países no se traduce en un reparto equitativo de sus beneficios, entre otros en un acceso generalizado a la salud, por lo que la mortalidad infantil puede mantenerse alta entre determinados sectores. d) Ignora que la transición demográfica en los países desarrollados se vio ayudada por la emigración a otros continentes de los excedentes de población, válvula de escape con la que hoy no cuentan los países pobres. A pesar de esas deficiencias, tal teoría nos ayuda a explicar la diferente situación en los países del Norte y del Sur, como consecuencia de sus respectivos procesos demográficos. En los países desarrollados, en la segunda mitad del siglo XX se ha culminado la transición demográfica, lo que supone un estancamiento del crecimiento demográfico. El proceso se inició en torno a la Revolución industrial, cuando la mejora de la situación nutricional y sanitaria de la población permitió un descenso de la mortalidad y la consiguiente explosión demográfica. En una última etapa, como adaptación a lo anterior, se ha registrado el descenso de la natalidad. Por su parte, en los países en desarrollo se ha experimentado, tras la II Guerra Mundial, una explosión demográfica mucho más rápida y fuerte que la experimentada en el siglo XIX por Europa. El crecimiento rápido y constante de la población se debe a un acusado descenso de la mortalidad gracias a las mejoras sanitarias, mientras que la natalidad sólo en los últimos años ha comenzado a descender y en escasa medida. Como consecuencia, aproximadamente el 80% de la población mundial (6.000 millones en 1999) vive en los países en desarrollo. Esta desigualdad se agudizará en el futuro, dado que tales países cuentan con un alto potencial de crecimiento demográfico (más de un tercio de su población tiene menos de 15 años), en contraste con el envejecimiento de los países ricos. Dado que la estructura demográfica del Sur es tan joven, la población mundial, que crece en unos 80 millones de personas por año, no se estabilizará hasta mediados del siglo XXI, con unos 8.900 millones, según la estimación intermedia de las Naciones Unidas, de los cuales el 93% vivirá en el Tercer Mundo. La interrelación entre el crecimiento demográfico y el desarrollo ha sido explicada en los últimos siglos desde diferentes enfoques teóricos. A grandes rasgos, se puede hablar de dos grandes corrientes: la de los pesimistas y la de los optimistas. Estos últimos, con orígenes en los autores fisiócratas del siglo XVIII, han considerado positivo el crecimiento demográfico, por cuanto aporta más mano de obra al tiempo que, al incrementar la demanda, estimula los avances tecnológicos y el incremento de la producción. En su opinión, la aplicación de la ciencia y la técnica permiten aumentar continuamente los rendimientos productivos y satisfacer las necesidades del aumento de población. En el lado opuesto está la corriente pesimista, para la que el crecimiento demográfico tiende a desbordar y agotar unos recursos limitados. El precursor de esta visión pesimista fue el demógrafo y clérigo inglés R. T. Malthus, con su Ensayo sobre el principio de la población (1798). La teoría de Malthus se asienta en dos leyes, una natural y otra económica: a) la “pasión de los sexos” da lugar a que la población se reproduzca en progresión geométrica; y b) la agricultura presenta unos rendimientos decrecientes (las nuevas tierras que se pueden cultivar son menos productivas, pues siempre se cultivan primero las más fértiles), por lo que el aumento de su producción es sólo aritmético. La consecuencia de la combinación de ambas es que existe una constante tendencia hacia el desequilibrio entre la población y los recursos. Para corregirlo las sociedades pueden aplicar “remedios preventivos” que reduzcan la natalidad (abstinencia, celibato, matrimonios tardíos); pero, cuando éstos no son suficientes, el reajuste de la población a los recursos existentes se dará por fuerza mediante “remedios positivos”, es decir, las hambrunas, las guerras y las epidemias, que eliminan el excedente de población. De este modo, dicho sea de paso, Malthus formulaba una explicación de las causas de las hambrunas, la primera y más influyente hasta hace dos décadas, vistas como fenómenos causados por la escasez per cápita de alimentos (ver seguridad alimentaria). La historia ha refutado las predicciones apocalípticas de Malthus, pero algunos de sus planteamientos han sido retomados posteriormente partiendo de preocupaciones contemporáneas. El neomalthusianismo surgió con fuerza en los años 50 y 60, alarmado por el rápido crecimiento vegetativo en los países del Sur, que, en su opinión, era la causa del subdesarrollo. Según afirmaban, el rápido crecimiento demográfico limita la renta per cápita de familias y países, frenando su desarrollo, disminuye el porcentaje de personas activas frente a las dependientes, reduce el ahorro y la inversión productiva, e incrementa el desempleo. Autores de esta corriente publicaron libros de títulos tan expresivos como The Population Bomb (Ehrlich, 1968) y Famine 1975! (Paddock y Paddock, 1967), que vaticinaban hambrunas masivas, y en los que a veces eran perceptibles prejuicios culturales y raciales frente a las poblaciones del Tercer Mundo, y cierto miedo a que su prolificidad pudiera amenazar el bienestar y la hegemonía de Occidente. Posteriormente, a partir de los 70 se ha desarrollado otra corriente neomalthusiana motivada por la preocupación por el agotamiento de los recursos naturales y el deterioro medioambiental. Diferentes autores, informes (como el denominado Los límites del crecimiento, elaborado en 1972 para el Club de Roma) y organismos comenzaron a suscribir la idea de que el mundo se aproximaba al límite de su capacidad de abastecimiento de alimentos y de otros bienes. En oposición a los optimistas, planteaban la existencia de una capacidad de carga máxima, o población máxima que la Tierra puede albergar (Brown y Kane, 1995). Los neomalthusianos, a diferencia de Malthus, sí aceptan que la innovación tecnológica puede aumentar la producción alimentaria. Sin embargo, en su opinión esto no hace sino retrasar el momento inevitable en que la población acabará desbordando la capacidad física de alimentar a todos. Por ello han hecho fuerte hincapié en la necesidad de incrementar los esfuerzos para limitar el crecimiento demográfico en los países del Sur. Por el contrario, pocos de entre ellos han cuestionado el modelo de desarrollo de los países ricos, basado en el sobreconsumo de recursos por una minoría de la humanidad. El malthusianismo y neomalthusianismo han tenido una fuerte incidencia en las políticas y el desarrollo, en diferentes planos. a) Han inspirado la explicación teórica del hambre y las hambrunas dominante hasta los años 80, centrada en la escasez de recursos alimentarios (no en su desigual distribución debido a la pobreza), dando lugar a políticas orientadas meramente al incremento de la producción, como es el caso de la revolución verde. b) El miedo a la superpoblación ha sustentado el argumento de que los países del Tercer Mundo deben practicar políticas de control demográfico efectivas, incluso coercitivas (como en China), que han sido a veces apoyadas por los donantes internacionales de ayuda (ver natalidad, políticas de control de la). c) La idea de que la hambruna era inevitable en algunos países dio lugar en los 60 y 70, particularmente en EE.UU., a dos propuestas sobre la ayuda internacional, que fueron criticadas pero obtuvieron cierto eco. La primera propone que dicha ayuda sea muy selectiva y se proporcione sólo a los países con posibilidades de salir adelante (idea de la triage); y la segunda sugiere que se suprima, por cuanto la ayuda no hará sino prorrogar un excesivo crecimiento demográfico y amenazar con hundir también el barco de los países desarrollados (ética del bote salvavidas). El enfoque malthusiano ha merecido básicamente dos tipos de críticas. En primer lugar, tanto los socialistas utópicos del siglo XIX como Marx y los autores marxistas le han reprochado su explicación de la pobreza, ya que ésta, dicen, en realidad se debe no al crecimiento demográfico sino a las estructuras económicas de desigualdad y dominación. Similar crítica se ha formulado desde el marxismo al neomalthusianismo: el subdesarrollo se debe no al rápido crecimiento demográfico, sino a una estructura económica mundial caracterizada por las fuertes diferencias centro-periferia, y por la dependencia y explotación de ésta. El segundo frente de críticas es el de los autores que antes hemos caracterizado como optimistas, entre los que destacan Ester Boserup (1990) y Julian Simon (1990). Éstos confían en la capacidad innovadora de la humanidad y desestiman la teoría de los rendimientos decrecientes. Así, estiman que el crecimiento demográfico históricamente ha estimulado el desarrollo tecnológico para responder a la mayor demanda, y, con ello, ha estimulado el crecimiento productivo y económico así como una sociedad más compleja (urbanización, formación del Estado, industrialización, etc.). Además, señalan que una cierta densidad demográfica hace más rentables las inversiones en infraestructuras (como las carreteras, o los servicios sociales) y tecnología, lo cual favorece el desarrollo, como ocurre en Asia en contraposición a África. En la actualidad, predomina la idea de que el rápido crecimiento demográfico no puede considerarse como causa directa del subdesarrollo, aunque es cierto que en determinados contextos contribuye a reforzar los problemas estructurales que lo causan. En efecto, un acelerado crecimiento demográfico puede implicar unas altas tasas de dependencia (proporción dentro de la familia entre consumidores y trabajadores), lo que implica muchos gastos y pocos ingresos. También puede dar lugar a un exceso de mano de obra rural, no absorbible por los empleos urbanos; a una excesiva fragmentación de la propiedad de la tierra por el aumento de los herederos, así como a fenómenos lesivos para el medio ambiente y generadores de pobreza, como el sobrepastoreo, el sobrecultivo y la deforestación (ver bosques). Éste sería en gran parte el caso del África Subsahariana, donde su alta tasa de crecimiento vegetativo (2’6% anual) rebasa la del crecimiento de la producción agrícola, lo que contribuye a limitar los ingresos per cápita y a incrementar la dependencia de las importaciones del exterior. A pesar de ello, lo cierto es que los pobres tienden a ser prolíficos. Aparte de posibles consideraciones culturales, la razón radica en que tener muchos hijos es una estrategia básica contra la vulnerabilidad de la familia, puesto que éstos incrementan y diversifican las fuentes de ingresos, y aseguran el sustento de los padres cuando enferman o envejecen. De este modo, aunque un crecimiento demográfico rápido puede frenar el desarrollo y provocar la pobreza, hoy se piensa que la relación causal más lógica es la inversa; es decir, es la pobreza la que causa el rápido crecimiento demográfico. De hecho, la natalidad ha tendido a descender en aquellos países donde se han implementado políticas de seguridad social que han reducido la pobreza, como Sri Lanka, Cuba o el Estado indio de Kerala. Además del crecimiento vegetativo, otros dos factores son determinantes también de la dinámica de la población: el proceso de urbanización y los procesos migratorios. El crecimiento de la población urbana ha sido una constante en los últimos siglos, pero ha sido a partir de los años 70 cuando se ha disparado en el Tercer Mundo, dando lugar a grandes megalópolis caracterizadas por el hacinamiento, la carencia de servicios básicos, el desempleo y la pobreza (ver desarrollo urbano; pobreza urbana y rural). En cuanto a las migraciones, sus protagonistas pueden ser de cuatro tipos: a) los refugiados, que huyen de su país por ser perseguidos; b) los desplazados internos, que no llegan a cruzar sus fronteras; c) los migrantes y refugiados medioambientales, que abandonan sus tierras debido a las catástrofes naturales o a la degradación medioambiental; y d) los migrantes económicos, el grupo más numeroso, que tiene como destino prioritario, pero no único, los países del Norte. Las migraciones económicas han presentado diferentes tipologías y direcciones a lo largo del tiempo. Durante varios siglos, la expansión mundial del capitalismo se ha visto acompañada por grandes migraciones desde las metrópolis hacia las colonias. Sin embargo, a partir de los años 50 los flujos cambiaron de sentido, yendo fundamentalmente desde los países en desarrollo hacia los desarrollados. Durante varias décadas, los países del Norte demandaron inmigrantes del Sur para cubrir los trabajos menos cualificados. Sin embargo, sobre todo a partir de los 90, las puertas se han cerrado para la mayoría de ellos, pues ya sólo se admite a profesionales cualificados, consolidando así una fuga de cerebros que frena el desarrollo de los países de origen: se estima que aproximadamente un tercio de los profesionales cualificados de África han emigrado a Europa. A pesar de ello, sin embargo, las remesas o envíos de dinero remitidos por los emigrantes a sus familias en los países de origen realizan una contribución decisiva a su bienestar y desarrollo, y en conjunto representan un montante mayor que el de la Ayuda Oficial al Desarrollo internacional (PNUD, 1992; Sutcliffe, 1998). K. P. y N. V. Bibliografía
Ver Otros
Bloques temáticos |