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MicroempresasJokin Alberdi y Karlos Pérez de ArmiñoEmpresas pequeñas que cuentan con una reducida mano de obra (a veces familiar), unos recursos financieros y tecnológicos escasos, y una producción a pequeña escala. Se centran en actividades tanto industriales como de servicios, y constituyen una de las principales fuentes de empleo de las personas pobres en el Tercer Mundo. Se estima que 500 millones de personas en el mundo tienen en las microempresas su medio de vida (Ledgerwood, 1998). Las hay de muy diferentes tipos, desde las dedicadas al procesamiento de alimentos locales hasta las de transporte urbano, pasando por la producción de artesanía y de ladrillos, o las de comercio a pequeña escala. En los países en desarrollo han proliferado, en buena medida como respuesta a la crisis económica y a la consiguiente escasez de oportunidades en el mercado de trabajo. La mayoría de ellas forman parte de la llamada economía informal, y, aunque son tecnológicamente atrasadas, poco eficientes y poco competitivas, sobreviven gracias a que aprovechan en su favor las condiciones de ilegalidad o semilegalidad en las que suelen moverse. Aunque algunos apuntan que estas características pueden llegar a desempeñar un papel negativo de cara al fortalecimiento del tejido socio-productivo, también es cierto que las microempresas encierran un apreciable potencial para el desarrollo económico, si son capaces de incorporar tecnologías y métodos de gestión adecuados. Las microempresas, en particular las que se mueven en el sector informal, suelen presentar habitualmente las siguientes características, según Conato et al. (1996:22): a) Tienen unas dimensiones reducidas en cuanto a capacidad económica y empleo (menos de diez trabajadores). b) Son diversas en su tipología: familiares, cooperativas, empresariales, compuestas por grupos que comparten determinadas características como el género o la edad. d) Frecuentemente se mueven en la ilegalidad, esto es, no cumplen las normas fiscales, de previsión social o de seguridad laboral. c) Tienen bastante flexibilidad y agilidad para ajustarse a los cambios y a los estímulos del mercado, gracias a factores como la movilidad de la mano de obra o los bajos costes de producción (son intensivas en mano de obra, con abundancia de trabajo gratuito o escasamente retribuido). d) Se ven excluidos de los circuitos institucionales o comerciales de crédito, por lo que suelen recurrir a formas de microcréditos informales. e) Cuentan con una alta presencia de mujeres, en mayor proporción que en el sector moderno de la economía formal. f) Frecuentemente son proveedoras de materias primas, insumos y servicios a las empresas modernas del sector formal. Entre sus principales ventajas destacan, por tanto, su agilidad, sus bajos costes productivos (algo importante para quienes carecen de capital) y, sobre todo, su capacidad de generar empleo entre los sectores más vulnerables de la sociedad. Por el contrario, entre sus desventajas, compartidas también por las pequeñas empresas que sí están en la economía formal, suelen señalarse (Seminario Internacional, 1993:574): a) un bajo nivel de formación, tecnología y gestión; b) una escasa capacidad económica y su dificultad para acceder a créditos suficientes y adecuados; c) la desventaja competitiva que implica su reducida escala productiva; d) su escaso nivel de agrupación y representatividad, que resulta en una débil capacidad de negociación política y económica ante el Estado, la banca o las grandes empresas. Además, dado que frecuentemente están al margen de la ley y que se basan en gran medida en mano de obra familiar gratuita, las microempresas habitualmente incumplen la legislación de protección de los trabajadores (salarios mínimos, protección social, horarios, seguridad, salud, etc.), que, cuando existe, normalmente se aplica a empresas a partir de un cierto número de empleados. De este modo, las mujeres y los niños en particular son objeto frecuente de abusos, careciendo de cauces legales para proteger sus derechos (ver trabajo infantil). En este sentido, muchas empresas pequeñas no son plenamente independientes, sino que están subcontratadas por grandes empresas multinacionales (especialmente de sector textil y electrónico) para llevar a cabo las partes más peligrosas y menos lucrativas del proceso de producción, a fin de ahorrarse gastos laborales, equipamientos, presiones sindicales, etc. Frecuentemente son actividades llevadas a cabo en casa, por mujeres y niños, a cambio de salarios ínfimos y sin protección social. Por otro lado, las microempresas afrontan también otras dificultades derivadas del contexto nacional e internacional. Por un lado, las políticas de muchos gobiernos del Tercer Mundo en materia fiscal, monetaria o de importaciones representan un freno para el desarrollo de las microempresas. Por otro, las salidas comerciales de muchas de las actividades artesanales en que a veces se basan (alfarería, carpintería, procesamiento de alimentos) sufren ahora una fuerte competencia por parte de los productos industriales masivos y baratos; a lo que contribuye también que muchos productos hechos con materiales tradicionales se estén viendo desplazados por nuevos materiales (plásticos, fibras sintéticas, etc.). De todas formas, las intervenciones en materia de microempresas han cobrado un creciente interés en el marco de la cooperación para el desarrollo, a pesar de las dificultades para garantizar su éxito y sostenibilidad. Tanto la ayuda oficial de gobiernos y agencias de naciones unidas (ver [cooperación bilateral/multilateral]), como los programas de diferentes organismos financieros internacionales (caso de los de microcréditos para mujeres del banco mundial) o los proyectos de muchas ong[ONG, Redes de, ONG (Organización NoGubernamental)], han destinado parte de sus recursos a la creación y fortalecimiento de microempresas, sobre todo a través de programas de créditos, complementados a veces con instrumentos de cooperación técnica. Las políticas de promoción de las microempresas presentan dos grandes estrategias. Por un lado, la basada en una vía extensiva, esto es, la que persigue la consolidación de un alto número de microempresas. Y, por otro, la basada en una vía intensiva, que apuesta por el fortalecimiento de aquellas más sólidas o con mayor potencial de crecimiento (Conato et al., 1996:28). Tales programas e intervenciones pueden perseguir objetivos diversos. Una meta general suele ser la de reducir los niveles de pobreza y vulnerabilidad socioeconómica de los sectores más desfavorecidos, dotándoles de unos sistemas de sustento más sólidos. También puede serlo el incrementar la eficiencia de los sistemas productivos, o la capacidad de las microempresas para competir en el mercado nacional. Otro objetivo frecuente es el de estimular la participación popular y la democracia económica, lo que a veces viene ligado al deseo de algunos donantes de promover el sector privado frente al estatal como vía para consolidar una economía de libre mercado. Las agencias de los gobiernos donantes se han centrado sobre todo en la provisión de recursos financieros a las microempresas del sector privado formal. Un buen ejemplo son las corporaciones públicas de financiamiento del desarrollo existentes en numerosos países de la OCDE, orientadas a promover actividades productivas en los países en desarrollo, por ejemplo, la Caisse Centrale de Cooperation Economique (CCCE) de Francia; la Sociedad Alemana de Inversiones en Países en Desarrollo (DEG); la Commonwealth Development Corporation del Reino Unido; o la Corporación Financiera Holandesa (FMO). Sin embargo, la concesión de créditos a las microempresas parece que muchas veces no ha resultado rentable ni eficaz, a falta de otros elementos importantes como el apoyo a la comercialización, la búsqueda de nuevos productos y el acceso a nuevos mercados (Jaworski, 1993:142-3; Granda et al., 1987). Por su parte, las ONG tienen también bastante experiencia en la ejecución de proyectos de microempresas. Sus metas suelen consistir no sólo en mejorar las fuentes de ingresos de los vulnerables, sino también en reforzar su organización social, su concienciación (por ejemplo de género) y su empoderamiento. Se trata de proyectos que no deberían llevarse a cabo de forma aislada, sino como parte de otras intervenciones en esa misma dirección. En definitiva, la actuación en el campo de las microempresas requiere operar en diferentes frentes (Eade y Williams, 1998:600-612): a) La creación de nuevas microempresas para generar servicios o productos antes no existentes, o para utilizar tecnologías no habituales. Pero, del mismo modo, se puede apoyar a microempresas ya formadas. En general, es preferible trabajar con los grupos, técnicas y mercados previamente existentes, pues introducir novedades resulta más arriesgado y requiere más recursos. Sin embargo no son opciones excluyentes, pues a veces las microempresas existentes pueden necesitar una diversificación o un cambio en su producción b) Proporcionar microcréditos, ya que la habitual falta de capital es el principal límite que encuentran las microempresas a la hora de invertir en mejoras tecnológicas y productivas, la compra de materias primas, etc. c) Proporcionar tecnología apropiada a las actividades y recursos locales. Aunque en principio un mayor nivel tecnológico incrementará el potencial productivo y los ingresos, hay que anticipar sus posibles efectos, como la posible pérdida de algunas tareas y empleos que antes requerían más mano de obra, o la consecuente reorganización del trabajo, por ejemplo en función del género. En este sentido, hay que tener cuidado de que también las mujeres, y no sólo los hombres, se vean beneficiadas con las nuevas tecnologías. d) Mejorar la formación de los trabajadores, que debe verse como un proceso continuo y prolongado, esencial para el mantenimiento y la sostenibilidad futura de las microempresas. La formación debe centrarse en la capacitación en nuevas técnicas, así como en la mejora de las destrezas existentes en cuanto a producción, gestión, comercialización, contabilidad, etc. También aquí es preciso evitar que las mujeres sean soslayadas, debiendo contemplarse la posibilidad de formarles en tareas que tradicionalmente no han desempeñado. e) Incrementar la capacidad de comercialización de estas microempresas, un área a la que a veces se presta escasa atención y que con frecuencia es causa de su fracaso. Esto exige un análisis previo de las características y posibilidades de los mercados, que pueden ser el local, el urbano a media distancia, o incluso el de exportación exterior, en este caso a veces con el apoyo de las redes de comercio justo. Lo adecuado suele ser comenzar con la búsqueda de un espacio en el pequeño mercado local, procediendo luego a una expansión conforme resulte posible. f) Apoyar la creación de asociaciones o cooperativas de productores, que pueden proporcionar varios beneficios a las microempresas o familias integrantes: permiten comprar al por mayor y a mejor precio materias primas y otros insumos; ofrece servicios esenciales (almacenamiento, transporte, comercialización, formación) que serían más costosos de realizar individualmente; y confieren mayor poder de negociación y ante el Estado, los grandes productores o los comerciantes, así como la posibilidad de integrarse en movimientos y redes de presión nacionales e internacionales. En definitiva, la organización de los productores pobres sirve no sólo para mejorar sus ingresos, sino también para su empoderamiento. Muchos de los proyectos de ONG en este campo presentan problemas que a veces impiden su viabilidad. A veces no sólo no generan ingresos suficientes, sino que incluso provocan pérdidas, debido a un deficiente estudio del mercado. Del mismo modo, a veces sólo proporcionan unos ingresos complementarios que no compensan el esfuerzo invertido, algo que suele ocurrir en el caso de proyectos para las mujeres, dado que éstas apenas disponen de tiempo libre y el dedicado al proyecto probablemente es a costa de otras actividades económicas. Por esta razón, para muchas mujeres a veces sería más provechoso obtener apoyo a las actividades productivas que ya vienen realizando (proporcionándoles tecnología, insumos, formación, derechos a la tierra, etc.), en lugar de crear con ellas microempresas para nuevas actividades que incrementarán su carga de trabajo y probablemente tengan poca rentabilidad y poca sostenibilidad a largo plazo (Eade y Williams, 1998:598). En efecto, uno de los problemas más habituales consiste en la escasa sostenibilidad de las microempresas, que frecuentemente se hunden cuando dejan de recibir ayuda exterior. Aquélla suele responder a las dificultades de competir en un mercado y contexto hostiles, pero con frecuencia también a posibles deficiencias en el diseño del proyecto: un deficiente análisis del mercado de los productos o servicios generados; la introducción de tecnologías inadecuadas; una insuficiente comprensión de las relaciones socioculturales y de género (en particular de la división del trabajo y el control de los recursos), y del impacto de las nuevas actividades o técnicas sobre ellas; y una escasa atención a la capacitación tecnológica o de gestión (Eade y Williams, 1998:599). J. Al., con K. P. Bibliografía
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